En la década de los 80, efervescente y turbulenta, la juventud no solo fue testigo de la historia, sino que la moldeó activamente. Como joven feminista, ecologista y comunista de aquella época, viví cómo se forjó un movimiento revolucionario sin precedentes, marcado por ideales de cambio, igualdad y justicia social.
La crisis económica global exacerbó las tensiones sociales, dejando a muchos jóvenes enfrentándose al desempleo, la precariedad laboral y la desigualdad. Pero también nos encontramos frente a frente con los efectos destructivos de la industrialización desenfrenada sobre nuestro planeta, y cómo las estructuras patriarcales afectaban de manera desproporcionada a las mujeres. En medio de un mundo polarizado por la Guerra Fría, vimos en el comunismo, el feminismo y el ecologismo, una respuesta conjunta a estas crisis interrelacionadas.
Nuestra participación en la revolución trascendió las protestas en las calles. Desde universidades hasta espacios de trabajo, pasando por centros culturales y barrios marginados, contribuimos a enriquecer el debate ideológico. Incorporamos la igualdad de género y la sostenibilidad ecológica en nuestras luchas, y nuestras voces, impregnadas de pasión y fervor revolucionario, resonaron en cada rincón de la sociedad.
El arte y la cultura se convirtieron en nuestros aliados. Las bandas de punk y rock, con letras que desafiaban el status quo social y ambiental, se convirtieron en himnos de resistencia. Nuestros sueños de cambio se reflejaron en el cine, la literatura y el teatro, dando lugar a un movimiento cultural vibrante y comprometido.
Ser una joven feminista y ecologista en los años 80 supuso enfrentar enormes desafíos. La represión, la censura y la amenaza constante de un futuro incierto no nos detuvieron, sino que nos fortalecieron. Nos enseñaron que el cambio no es fácil y que la lucha por la igualdad, la justicia y la sostenibilidad del planeta es una batalla que requiere coraje y perseverancia.
Hoy, cuando miro atrás a aquellos años de revolución, veo que la esencia de nuestra lucha sigue viva. Nuestro legado se mantiene en la juventud de hoy, quienes, armados con el mismo valor y convicción, siguen luchando por un mundo más justo y sostenible. La juventud sigue siendo, como en los años 80, coprotagonista de la revolución junto a la clase trabajadora, pero ahora, también junto al planeta y por la igualdad de género.
María González Astiz
Militante de los KGK-CJC en Errenteria a finales de los 80